El año 2022 se fue con un aumento de intentos y consumación de suicidios entre adolescentes. Un médico da pistas para detectar a tiempo casos de «estrés prolongado» que empujan a la depresión.

Apenas entrada la segunda década del tercer milenio, tuvo lugar una pandemia que dejó serias secuelas en la salud mental tanto de adultos, jóvenes y niños por igual. La menor o mayor adaptación a esta crisis sanitaria –con cuarentenas y aislamiento social– estuvo marcada por la capacidad de resiliencia de las personas.

Y todo esto coincidió en una época en que tiene lugar un choque de generaciones muy diferentes: Mientras los padres pertenecen a una camada educada bajo la sombra del cinto y la zapatilla, los hijos parte de la “generación de cristal”, más razonables; incluso conocedores de las leyes y de sus derechos.

“Los jóvenes y los adolescentes tienen muchos cambios humorales. De un día para otro, tienen cambios en el humor”, dice el Dr. Robert Núñez, pediatra y terapista.

Y refiere que esta conducta, cuando se mantiene en el tiempo, es un signo de “estrés prolongado”, un fenómeno que se exacerbó en estos años de pandemia. “En las últimas semanas del año pasado, hubo un incremento muy preocupante de intentos y consumación de suicidios entre los adolescentes”, advierte al instar a los padres a que deben estar atentos a las señales de alarmas que dan los chicos y que muchas veces pasan por alto.

“Si ese cambio en el humor se da en un tiempo prolongado, hablamos de dos semanas inclusive, nos tiene que llamar la atención. Quienes mejor se pueden dar cuenta de eso es el familiar que está cercano y se da cuenta que ese cambio humoral se prolonga en el tiempo”, afirma.

Existen varias etapas que anteceden a la depresión que, si se aborda a tiempo, puede evitar el suicidio o conductas autodestructivas.

“Nos tiene que llamar la atención ciertos cambios de actitudes, de sus costumbres habituales o que deje de hacer lo que le gusta. Son señales de alarma que deben llamar la atención y ahí recurrir al especialista respectivo. No hay que tener miedo que ellos consulten con un sicólogo para saber lo que está pasando con ese chico”, insiste.

Un cambio de actitud que no debe descuidarse también se ve reflejada –dice– en una “regresión”, como que “un chico grande empiece a hacer de vuelta pipí en la cama; ni qué decir la falta de apetito o que se alimente demás, se exceda en el consumo de comidas, etc.”.

A su vez, enumera que los cambios en las notas en la escuela, como en el comportamiento con las demás personas, principalmente, en las actitudes que asume con las demás personas y con sí mismo; o una tristeza, auto-aislamiento, deja de prestarle atención a las cosas que habitualmente le gustaba.

Uno de los efectos de la pandemia fue el aislamiento.

“Los adolescentes vivieron encerrados en sus computadoras y redes sociales y no pudieron hacer deportes y eso es fundamental para activar ciertas hormonas, ciertos neurotransmisores en el cerebro que otorgan una sensación de plenitud y felicidad. Ellos no consiguieron porque estaban quietos sin hacer deporte”, explica y añade que este tipo de estrés se ve en todas las edades. “Los adolescentes de 13 años, principalmente, están con un estrés ya del colegio; también se suman las expectativas que tienen en el hogar y cada familia es un mundo diferente. Hay una expectativa que se maneja como ideal y no es la real. Si los padres no pueden manejar eso y no recurren a los especialistas en sicología entran en un estrés”, completa.

Los chicos y los adolescentes dan una señal a través de sus cambios de comportamiento y es porque algo les está pasando algo. Dr. Robert Núñez, médico pediatra.

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